El golpe y la generación mesiánica de los 60´

El golpe y la generación mesiánica de los 60´

08 Septiembre 2013

Esta generación encabezó un hito histórico que hasta el día de hoy nos afecta. Poco se ha escrito respecto de sus errores y responsabilidades políticas y quienes lo han hecho ha sido a título personal.

Mauricio Rojas >
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Los jóvenes de los años sesenta utilizaron principalmente la política como un espacio para generar un cambio de época. De hecho las frases clichés de aquel tiempo aún se rememoran: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”; “Queremos el mundo, y lo queremos ahora”; “Tomar el cielo por asalto”; etc). El romanticismo es quizás uno de sus tópicos más recurrentes. 

Esa famosa generación lideró también en la finis terrae chilena, la rebeldía social, musical, familiar y, por cierto, intentó un cambio político-económico. Las familias del barrio alto estaban consternadas con el idealismo de sus hijos. En las barriadas las mujeres y hombres se animaban con la oratoria de estos vecinos de ojos claros y sonrisa larga. 

Pero detengámonos en esta generación política. ¿A razón de qué? Principalmente, porque ella encabezó un hito histórico que hasta el día de hoy nos afecta. Poco se ha escrito respecto de sus errores y responsabilidades políticas y quienes lo han hecho ha sido a título personal. 

Si tuviera que caracterizar, en una sola palabra, a dicha generación, no dudo un segundo: el mesianismo. Me explico. Fue una generación marcada por ese espíritu de confianza desmedida, respecto de un líder y de ellos mismos. Lo que predominó fue la certidumbre de sus convicciones, que los llevó, muchas veces, al fanatismo devoto del ideologismo. Y lo que es peor, autoerigirse como conocedores de lo que la gente quería y necesitaba.

Es cosa de leer los documentos internos de los partidos. Me tocó revisar la mayoría de estos escritos para un trabajo de investigación y una de las conclusiones -paralelas a mi trabajo- es que los invadía un personalismo no menor. 

La muerte de Allende, por ejemplo, y sobre todo la forma en que lo hizo, no es casual. Se autoeliminó en nombre de sus seguidores. Aunque dijera en su famoso discurso que no tenía pasta de mártir, convengamos -40 años después- que la tenía de sobra. Recordemos que para Allende el ejemplo de Balmaceda era digno de destacar.

No es casual que cuando me encontré con dirigentes de la época, todos tardaron más una hora en contarme sus logros y denostar al contrario (muchas veces de su propio sector). El inconsciente les llevaba por la gloria de sus actos mancomunales, cuando mis preguntas simplemente iban en dirección contraria. No es casual que varios se adjudicaran la autoría de ciertos documentos de trascendencia (“yo lo escribí” o “él lo redactó, pero yo le dicté”). El “yoismo” contrastaba con sus caras cansadas y tristes.

Cuando conversé con algunos de estos jóvenes sesenteros, para conocer las causas del golpe, se excusaban, en cierta manera, de responsabilidad política argumentando “los locos años sesenta” en donde “nos queríamos comer el mundo”. Lo mismo ocurrió cuando les pregunté por la renovación y las ideas transformadas. Muchas respuestas simplemente no daban el ancho. Todo lo anterior me hace pensar en el atributo generacional. Más aún cuando estos mismos actores se autoerigieron para liderar la transición y los sucesivos gobiernos.

Los llamados pingüinos -con sus aciertos y defectos- me parecen una generación más enriquecedora y, en cierta forma, se encargaron de hacer visible los errores de antaño (La imagen de Bitar intentando acallar las denuncias del dirigente estudiantil Francisco Figueroa, habla de eso). Cuando estos chicos 2.0 relaten su periplo, en un par de décadas más, será interesante oírlos. 

Lo que más incomoda de los líderes sesenteros (en todas sus dimensiones políticas), es que aún hoy intentan brindarnos lecciones de gobernabilidad y eficacia política. Creo que como generación deben explicaciones por lo ocurrido el 11 de septiembre de 1973. Pero hasta el momento, poco y nada se ha hablado de eso.