Llegó la hora de defender Torres del Paine

Llegó la hora de defender Torres del Paine

22 Julio 2011

Con el mismo fervor y justicia del Magallanazo, con la absoluta solidez y razón de los que quieren una Patagonia sin Represas, hoy debemos gritar al viento: ¡No a la contaminación de las Torres del Paine!. 

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Por Alejandro Ferrer

 

“—Oh… este es el lugar más hermoso del mundo.

Sólo falta la mano del hombre moderno:

un par de antenas, unos hotelitos… ¡No, no, no puedo

seguir… Jódanse todos!—.”

 

Tertuliano Correa, frente a los Cuernos del Paine. Película Fingere. (2005-2009).

 

Resulta, mis queridos y desocupados lectores, que la película Fingere terminó siendo premonitoria. Aunque usted no lo crea, en estos momentos está ocurriendo exactamente lo que más temía Tertuliano Correa, el personaje principal: existe el peligro de que antes de fin de mes se apruebe la construcción de 7 hoteles dentro del Parque Nacional Torres del Paine.

—¿Dentro?

—¡Adentro…! —como dicen los Chalchaleros, desconsolado lector.

Se sabe que el gobierno invitó a los empresarios nacionales y regionales a “dar ideas” para desarrollar el turismo e invertir dentro del Parque. La inversión es de 34 mil millones de pesos y servirá para financiar la construcción de esas 7 monstruosidades, además de otros proyectos.

Ahora entiendo porqué el buen Tertuliano hizo un corte de mangas en la película, frente a los Cuernos del Paine, gritó “¡Jódanse todos!, y escapó alucinado por los caminos de la Patagonia.

Como será de impresentable esta inversión multimillonaria  —¡Oh… gratuita ofensa al sentido común!— que Max Salas, el mismísimo gobernador de Última Esperanza, se puso más del lado de nuestro Tertuliano que del lado de su jefe, el señor Presidente de la Republiqueta.

La verdad es que casi, casi, el joven gobernador me ganó el corazón cuando hizo públicas sus aprensiones ante la pretensión de invertir en las áreas protegidas ya que ello comprometería la pristinidad de los lugares.

Y es que ahí está la madre del cordero: los caminantes (que por razones de mercado llamamos turistas) peregrinan desde los cuatro costados de la tierra hasta llegar a nuestro horizonte, el verdadero finis terrae, con el sólo propósito de acercarse a estas bellas catedrales de luz, hielo y piedra en busca de sus propias humanidades acaso disminuidas por las interferencias del neoliberalismo.

(Que quede en claro que el neoliberalismo es la fuerza más destructiva del planeta. Es el verdadero enemigo. El mismo que nos ha conferido, entre otras cosas, el vergonzoso récord de ser una de las naciones con mayores desigualdades de ingresos en el mundo —y eso que hemos tenido cuatro gobiernos de… ¿izquierda?  y este quinto, la guinda de la torta, de tendencias gerenciales).

Sabemos, entonces, que los “turistas” llegan aquí a purificarse; a escapar de los malls, del estrés, del plástico, de los hoteles de quinientas estrellas, de las antenas, de los celulares… En definitiva, vienen a reencontrarse con la madre tierra (Pacha Mama) que espera, virginal, a sus hijos para devolverles su verdadera estatura en cuanto a seres humanos, lo cual es bastante decir.

Es extraño que los economistas —tan dados a las tincadas, a la quiromancia del pseudo mercado y a los postgrados— no hayan identificado esta característica tan evidente en quienes nos visitan. ¿Cómo no se dan cuenta que esta gente no viene a solearse, ni a fotografiar ruinas, ni a gastarse el dinero en casinos o en frivolidades? ¿Cómo no se dan cuenta que se trata de viajeros cultos (en general), ecológicos, de profundo respeto al medio ambiente, que llegan a oxigenarse, a codearse con la soledad de los acantilados; a reflejarse en las montañas transparentes de nuestra naturaleza intacta? 

Tertuliano, que es más “verdadero” que “real”, comprende —como cualquier weón con dos dedos de frente— que el Paine es “sagrado” en la medida que permanezca prístino, virginal, sin la pezuña “del hombre moderno”.

Quizás fue esto mismo lo que nos hizo afirmar, desde nuestra perenne nostalgia, que “las Torres del Paine son a la naturaleza lo que la Novena Sinfonía es a la música”. Los gobernantes, los inversionistas, los “emprendedores”, tienen que entender que saturar de hoteles el Parque Nacional es tan sacrílego como agregarle corcheas o semifusas a la obra cumbre de Beethoven, el genial sordo de Alemania. ¡Y es que nadie puede atribuirse el derecho a ensuciar este Patrimonio de la Humanidad y transformarlo en una vulgar copia de Las Vegas o Miami, reconocidos monumentos al gusto cuestionable!

El destino, la vida o la muerte, el dedo gordo hacia arriba o hacia abajo —como los corruptos emperadores— del lugar más hermoso del mundo, está en manos de un grupo de personas (quiero imaginar que idóneas) compuesto por los Seremis del Medio Ambiente y Bienes Nacionales, Conaf, Sernatur y el Gobierno.

Vale preguntarse si ¿no será demasiado poder en manos de un grupo tan reducido? ¿Dónde está la transversalidad en este caso? (palabra dominguera que aprendí durante las jornadas del gas). ¿Cómo es que el pueblo y sus organizaciones no es bienvenido a participar en la toma de decisiones tan graves, tan importantes? Bien vale la pena tener presente que una medida de tal magnitud afectará lo humano y lo divino, y puede resultar prácticamente irreversible.

Quizás sea necesario recordar que nadie está inmunizado en contra de cometer errores. Y es que la gente se equivoca. Todos tenemos la capacidad de cometer equivocaciones lamentables (es cosa de leer la historia):

Ahí están los chinos que construyeron su famosa muralla —por cierto muy hermosa— que en definitiva no sirvió para un carajo. O los franceses con su línea de defensa (la Maginot) que no defendió ni un centímetro de Francia, y sólo apuró su propia derrota.

¿Y qué tal el general Pirro —Pyrrhus de Epirus— que ganó todas sus batallas a costa de perder todos sus soldados, debido a lo cual hoy en día nadie quiere “ganar a lo Pirro”?

O en el humilde nivel provinciano, aquel “alcalde designado”, en la ciudad de Castro, en tiempos dictatoriales, que “en un momento de lucidez turística”, pintó —el muy cabrón— los cañones de bronce de los conquistadores españoles de color plateado, tal como se pintan los caños de estufa, para que se vieran bonitos…

Estimados lectores:

La verdad es que nadie está en contra de las inversiones —aún cuando algunos las preferimos estatales, pero eso es otra historia— que permitan desarrollar una infraestructura turística “sana”. Lo absurdo es que se utilice la inversión para destruir precisamente aquello que se pretende ofrecer. Si uno ha aprendido algo en la vida, convengamos en que casi siempre resulta erróneo cortarle la cabeza a la gallinita de los huevos de oro. ¡Qué vengan pues las inversiones; que llueva el maná del cielo, pero sobre el lugar correcto!

—¿Y cuál es ese lugar, mon ami…?

—Puerto Natales, my friend.

—¿Puerto Natales?

—Précisement, Monsieur!

Que de una vez por todas el nefasto centralismo comprenda que el punto de partida al paraíso, el eje —axis— natural de la industria turística, tiene que ser Puerto Natales.

—¿Qué tal el pueblito del Serrano?

—No. Tiene que ser Puerto Natales, la novia abandonada.

Lograr que los políticos “fuereños” reconozcan esta obviedad no va a hacer fácil; nos va a costar grandes luchas y no menos sacrificios, pero bien vale la pena.

Llegó, pues, la hora de correr la voz; de transformarnos en cancerberos; de denunciar el descriterio; y, por último, de trazar sobre las pampas de coirón —nuestra alfombra dorada y bellísima— la línea del “hasta aquí llegamos”.

Con el mismo fervor y justicia del Magallanazo, con la misma pasión con que los estudiantes se oponen al lucro en la educación, con la absoluta solidez y razón de los que quieren una Patagonia sin Represas, con la misma resistencia heroica de los que luchan por evitar la destrucción de ese otro paraíso que es Isla Riesco, hoy debemos gritar al viento:

¡ NO A LA CONTAMINACIÓN DE LAS TORRES DEL PAINE !

…Y que el grito paralice a los zopilotes foráneos que desde las escarpadas cumbres del Sur miran con apetito insaciable nuestros pagos.

Hasta ahí lo dejo.

 

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