Opinión: Teletón, el orgullo de Chile

24 Noviembre 2016

Cuando alguien hace un comentario mal intencionado no sólo mienten con intención de dañar, si no que intentan que el milagro no siga ocurriendo.

Nicolás Ferreira >
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De pronto, de la nada, se te aparece un genio de la lámpara y te hace el siguiente ofrecimiento: Voy a sanar a setenta mil niños enfermos, paralíticos, inmovilizados, con malformaciones que no tienen culpa alguna de lo que les sucede, niños que merecen tener una vida digna y que son valientes, son guerreros infatigables. Niños que enfrentan el dolor, dolor físico, no metafórico, dolor real. Niños que a veces se preguntan por qué les pasó esto, porque no pueden ser “normales”, que piensan en que mejor no hubieran nacido. Los voy a sanar a todos con una única condición, voy a convertir a tu peor enemigo en multimillonario. En el ser más rico del mundo. ¿Aceptarías?

Hace más de 20 años recibimos en nuestro departamento de Pajaritos a un “Niño de la Teletón”, su nombre era Daniel, nunca en su vida había dado un paso. Danielito como le decía su mamá, tiene que haber rozado los cuatro años de edad, nada evidenciaba en él algo que lo hiciera diferente, no tenía ninguna desproporción o mutilación, simplemente no podía caminar. Llegó a nuestro hogar con un buzo amarillo y sandalias cafés en brazos de sus padres. Ellos eran de Curicó, hace años asistían a la Teletón de Valparaíso, en jornadas eternas que obligaban al niño a viajar más de 300 kilómetros para atenderse. De alguna manera llegaron a nuestra casa, imagino que por el corazón gigante de mis padres hacía aquellos desconocidos. Amigos de un familiar, nada más.

Una vez Angélica, la mamá de Daniel, le sacó los zapatos para poner unas prótesis en sus piernas, desamarró las sandalias de cuero y quitó sus calcetines de algodón, dejando al pequeñín con sus pies al aire. Tenía los pies gorditos, blancos como la leche, ninguna línea recorría sus plantas, era como si sus patitas fueran las de un querubín que nunca había tocado el suelo, un angelito que siempre se mantuvo revoloteando. No sé cuánto tiempo estuvo viviendo en nuestra casa, recuerdo que venía a Santiago por dos o tres semanas, ¿o meses?, luego se marchaban nuevamente al campo, fueron varios viajes, muchas jornadas de trabajo. A veces Daniel no quería levantarse para ir a la Teletón, decía que le dolían sus piernecitas, le rogaba a sus mamá que se lo llevará de vuelta a Curicó. Ella se enojaba mucho, le decía que él no se daba cuenta de la oportunidad que tenían, de los esfuerzos que todos estaban haciendo para que el pudiera caminar. Incontables veces los escuché llorar encerrados en el baño. Mis papás también lloraban.

No recuerdo bien como terminó está historia, algo entre sus formas y las nuestras no cuajó. Sé que por mucho tiempo todos dejamos pasar situaciones para que Daniel pudiera seguir yendo a la Teletón. Primero se arrastró, luego gateó, dio sus primeros pasos ayudado de barras paralelas, después un burrito, al final se desplazaba ayudado de los sillones o las murallas. Un día ya no fue a mi casa. No lo vi más. Años después pregunté por él, me dijeron que parecía que volaba en una bicicleta por medio Curicó, que era como si nunca hubiera tenido ningún problema. La Teletón hizo un milagro con él.

Cuando alguien hace un comentario mal intencionado asegurando que los animadores se quedan con parte del dinero recaudado, que Teletón le cobra a los pacientes, o que ya nadie participa por el bien de los niños, si no por figurar, por eludir impuestos, porque es un gran negocio, no sólo mienten con intención de dañar, si no que intentan que el milagro no siga ocurriendo. Por algún motivo les molesta que la Teletón funcione, que sea solidaria, que el 70% del dinero lo aporten personas comunes y corrientes. Que el Estado no tenga ningún rol, porque la Teletón es más grande que el Estado de Chile, la Teletón es Chile, y es Sudamérica también, porque nuestra Teletón ha sido ejemplo para las Teletones de otros países, porque nuestros vecinos viajan miles de kilómetros para atenderse en ella.

Y aquí viene la pregunta de oro, si todo lo que dicen esos farsantes miserables fuera cierto, y los auspiciadores ganaran dinero con la Teletón, si los animadores se compraron un yate con las ganancias. Si esos infelices acertaron y nadie lo hace por los niños si no por su bien personal. ¿Qué diferencia habría? Esos setenta mil niños acaso ¿No valen la fortuna de unos pocos? ¿No salvarías acaso setenta mil niños a cambio de que tu peor enemigo fuese el hombre más rico del mundo? ¡Qué importa la plata! Importan mucho más la miles de familias que se han rehabilitado, todos esos milagros vivientes. Todos esos primeros pasos, esas primeras palabras, las sonrisas, los llantos de emoción contenida. Todas esas vidas. ¡Vidas!. Piensen en eso antes de compartir un comentario estúpido o ensuciar una de las pocas cosas, que en la historia, hemos hecho bien.

La Teletón es el orgullo de Chile.