La fragilidad de la paz: Cuidemos nuestra democracia

La fragilidad de la paz: Cuidemos nuestra democracia

19 Octubre 2020

La recurrente crítica que apunta a una infiltración política de la izquierda radical en las movilizaciones sociales no da lugar a menos que se conciba como un mero chispazo (entre muchos) aplicado sobre escenarios rociados por la bencina de un agudo disconformismo colectivo.

Zamir Resk Facco >
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Algunas columnas atrás preví que cercano al plebiscito del 25 de octubre acechaba el peligro de que la acción anti-cívica de grupos violentistas se tomara las calles minando la serenidad del proceso constituyente y regalando de paso una grotesca caricatura a aquellos partidarios del Rechazo (naturalmente, no todos) que pretenden ligar la violencia con el proceso mismo.

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Haciendo cómplices en consecuencia a la generalidad de partidarios del Apruebo; así lo han hecho ver en las RR.SS. las más diversas opiniones, entre ellas las del cientista político Patricio Navia, quien en un tweet del pasado 10 de octubre señaló falazmente que fue la violencia del 18 de octubre de 2019 la que logró se iniciara el proceso constituyente. 

En lo que Navia no profundiza es que con años de antelación al estallido social del 18-O, el debate sobre una Nueva Constitución Política ya estaba instalado a nivel político (recordar que en abril de 2017 la ex Presidenta Michelle Bachelet envió al Congreso un Proyecto de Nueva Constitución contemplando para tal efecto el mecanismo de una Convención Constitucional) y a nivel de los círculos académicos, siendo un importante fermento los debates y foros abiertos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile.

En resumidas cuentas: el albur de una Nueva Constitución ha estado por mucho tiempo “en el aire” y con total naturalidad pues es una materia de primer orden para la necesaria reformulación del Estado y la legitimidad que le fue sisada a la sociedad civil en 1980, cuando la actual Constitución, encargada por el gobierno de facto a la Comisión Ortúzar, fue redactada a puertas cerradas para luego ser aprobada en un plebiscito anunciado muy por sobre la marcha. Ciertamente, dicha Constitución fue reformada muchas veces durante los gobiernos de la democracia; pero nada quita que sea una Constitución heredada de un régimen militar que además la impuso –en forma de amarre- como condición sine qua non hacia la apertura.

Navia tampoco avizora que la inusitada violencia del 18-O tuvo una génesis absolutamente ajena a las demandas por una Nueva Constitución y que la consigna “No son $30, sino 30 años de abuso” refleja la misma repleción popular hacia el modelo económico que vimos y continuamos viendo expresada en países de los más diversos estadios de desarrollo como Ecuador, Colombia, Líbano, Egipto, Bulgaria, Indonesia, Francia o Estados Unidos, protestas orientadas particularmente hacia la abulia de la clase política, cómplice (en el caso de los países subdesarrollados) de los múltiples trastornos sociales generados por la deuda externa y de una agresiva plutocracia que crece a costillas –no pocas veces- de la regresión del Estado de Bienestar, en los países más ricos. 

La recurrente crítica que apunta a una infiltración política de la izquierda radical en las movilizaciones sociales no da lugar a menos que se conciba como un mero chispazo (entre muchos) aplicado sobre escenarios rociados por la bencina de un agudo disconformismo colectivo; al que de hecho ni los gobiernos de afiliación neoliberal ni los de afiliación socialdemócrata han sido capaces de reencarrilar, debido a que lo que actualmente enfrentamos no es ya exclusivamente una crisis de los Estados como entes particulares o de sus sistemas políticos inermes ante las demandas sociales, sino una crisis planetaria tan estridente como aquellas que desencadenaron la Primera y la Segunda Guerra Mundial. El mundo busca un reorden, una reconfiguración y es en la desazón de la incertidumbre que la fragilidad de la paz se 

hace notar primero en el orden social; aderezado además por recambios demográficos, generacionales y tecnológicos que estipulan nuevas demandas (sociales, materiales, laborales, ambientales, de infraestructura, de descentralización, de inclusión y de participación) frente las cuales los sistemas políticos tradicionales -peor aún los clientelistas- no dan abasto.

Por todo lo arriba expuesto, es que sorprende la simplonería del tweet de Patricio Navia, quien bajo ningún punto de vista realiza un análisis multifactorial politológico como el que demanda la situación tanto chilena como global, sino más bien se compra completa la servil caricatura que coloca a los partidarios del Apruebo en el mismo redil que los violentistas: masa informe y cobarde cuyo actuar denota un espíritu apolítico y ademocrático del que en parte es responsable la enclenque formación cívica de la ciudadanía, más reveladora del resentimiento y de la ignorancia que de la falta de oportunidades, arruinando los espacios de diálogo y de transformación tal cual las barras bravas arruinan el deporte. 

Tampoco doy crédito a quienes suponen que la violencia a dos semanas del plebiscito es un hecho montado por ciertos grupos que la financian para dar mayor sustento al argumento del Rechazo direccionando la opinión pública. Los montajes con fines políticos existen y de esto ya advertía hace más de cinco décadas el lúcido filósofo francés Jean Baudrillard, pero no me parece que este sea el caso. Lo que sí ocurre hoy en Chile es una estigmatización y politización exacerbada del conflicto social y de la crisis institucional expresada de una manera muy paradójica, cuando apreciamos que en una de las veredas políticas se ensalza e idealiza el actuar de delincuentes y antisociales como si fueran dignos luchadores sociales y en la otra se relativiza y respalda a todo efecto el actuar de las policías, más allá de los casos de abuso, de negligencia y de la ocultación de información en los que ha incurrido no pocas veces la institución. 

Tenemos un gran desafío en los próximos días, e independiente de cuál sea nuestra postura frente al plebiscito, no dejemos de darnos a la tarea de reflexionar y analizar qué expectativas e intereses se esconden detrás de cada acto y de cada consigna, pues en política absolutamente nada es fortuito. Está en nuestras manos hacer del plebiscito del próximo 25 de octubre el primer paso a una gran instancia de diálogo nacional y de interacción social e inter-corporativa que construya el Chile que anhelamos y proyectamos hacia los próximos cuarenta años o en su defecto dejarnos seducir por el canto de sirenas de la politiquería y la vacuidad de las barras bravas, camino que sólo concluye en la ineludible fragmentación, en la destrucción de un proyecto colectivo de país y en un devenir de élites políticas aún más oportunistas porque en la culminación del caos es cuando los mediocres tienen oportunidad de imponerse. 

Cuidemos, cultivemos y fortalezcamos nuestra democracia. 

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