El derecho a la queja: Está bien no estar bien

05 Octubre 2020

La pandemia nos ha quitado la libertad de decidir y nos ha puesto en igualdad de condiciones casi a nivel mundial, da lo mismo los recursos que tengamos, el lugar, la familia, la educación, etc. Cualquiera de nosotros tiene la posibilidad de contagiarse con todo lo que ello implica.

María Eugenia Pérez >
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Desde mi perspectiva, siento que todos tenemos tres cosas en común al estar en este mundo: para nacer hemos tenido padres, independiente de las circunstancias de nuestra concepción, todos vamos a morir y no sabemos cuándo, tampoco como será nuestro proceso de muerte y todos respiramos el mismo aire.

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Ahora, desde que nacemos hasta el día que nos toque partir, cada uno en teoría puede elegir la forma en cómo vivir su vida, digo en teoría porque dependiendo del lugar geográfico, la cultura, el sexo, la familia y la época podemos tener mayor o menor libertad de decidir cómo queremos vivir, a lo que queremos dedicarnos y a quién deseamos amar.

Algo que esta pandemia nos ha quitado es esta libertad de decidir y nos ha puesto en igualdad de condiciones casi a nivel mundial, da lo mismo los recursos que tengamos, el lugar, la familia, la educación, etc. Puesto que cualquiera de nosotros tiene la posibilidad de contagiarse con todo lo que ello implica.

Se ha escrito mucho de los beneficios a nivel emocional que la pandemia puede provocar en nosotros, por ejemplo; diciendo que es una oportunidad para reflexionar sobre los valores morales que elegimos seguir, que es un momento para ser solidarios, valorar lo que tenemos y con quién estamos, de agradecer lo bueno, y así sucesivamente.

Todo esto desde mi perspectiva es verdad, sin embargo, también existe el derecho a la queja, a decir estoy cansada de lo que está pasando, decir tengo miedo, de aceptar que esta situación me queda grande, a no tener idea de cómo resolver el día a día y no avergonzarme por necesitar ayuda, de tomar pastillas, acudir al psicólogo, tener problemas para dormir, es decir, a aceptar y reconocer que a pesar de todo lo bueno que tengo, que puedo estar mejor que muchos, también estoy molesta, que no aguanto más, que solo quiero gritar ¡hasta cuándo!, que quiero desafiar -si es que ya no lo he hecho la cuarentena-, el aislamiento social, que extraño cosas tan sencillas como salir a tomar un café, poder caminar y encontrarme con otras personas en la calle, hacer ejercicio al aire libre y todo sin mascarilla ni tener que lavarme las manos y usar alcohol casi como perfume.

El derecho a la queja a no estar, de acuerdo, es un derecho de todos. El tema es que pasa luego de que me quejo, por un lado, podemos caer en un círculo vicioso de quejarme de todo, de reclamar sin parar, solo quejarme, y con esto lo único que logramos es desahogarnos por un tiempo, y contaminar nuestro entorno, puesto que no realizó ninguna acción al respecto.

Otra alternativa, es después de quejarme, reconocer los beneficios que esto conlleva: como el disminuir la presión, él derecho a expresarme, que me escuchen, posiblemente recibir apoyo de mí entorno, y tal vez tomar una acción al respecto, es decir, darle un sentido a mi queja, decidir iniciar una acción, que implique disminuir esta sensación de impotencia frente a una situación que no depende de nosotros a nivel general, pero que sí podemos modificar a nivel personal y de nuestro alrededor.

Acciones simples que implican primero reconocer lo que sentimos que hemos perdido, aceptar que dadas las circunstancias tal vez no podamos recuperar todo ello, entonces conscientemente elegir qué podemos cambiar, proceso que podemos realizar solos, y que también puede ser una opción el hacerlo con los tuyos, con un amigo, un compañero, y así darte la alternativa de que tú queja tenga un sentido.