Opinión: El llanto no tiene patrimonio

03 Julio 2014
Es cierto que Chile perdió y quedó eliminado del mundial. Pero también es verdad que el hambre de triunfo y gloria de nuestros seleccionados debiera ser el puntapié inicial para ese necesario cambio de mentalidad país que nos invite a pensar en grande.
Rodrigo Duran >
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Tras la dramática eliminación de Chile a manos del anfitrión de la Copa Mundial de Fútbol fueron varios quienes no ocultaron su frustración e impotencia de haber estado a escasos minutos de conseguir una hazaña histórica para el balompié nacional. Más aún, y en la forma que se desarrolló el trámite del encuentro, la roja mereció haber dado el golpe a la cátedra dejando fuera de la competición a los pentacampeones.

Hasta ese minuto Chile había tenido un desempeño que acaparó las miradas de la prensa internacional y sorprendió a quienes daban por seguro el paso de Holanda y España, en el denominado “grupo de la muerte” dando por eliminados a Chile y Australia. Pero el fútbol tiene sus cosas y el cuadro nacional no sólo eliminó a los actuales campeones (España), sino que además demostró coraje, pasión, compromiso, disciplina, perseverancia y ese espíritu que Alexis Sánchez le impregnó a todos y cada uno de sus compañeros: ser campeones del mundo.

Por eso no extrañó que, tras la emotiva eliminación del cuadro nacional, las imágenes de los jugadores chilenos llorando y lamentando la derrota surgieran en forma espontánea. Hombres que lo dejaron todo en la cancha, destacando el caso de Gary Medel y sus ocho centímetros de desgarro, y que fueron capaces de llegar hasta las últimas consecuencias por alcanzar su sueño. Dicho esto, y en virtud del recibimiento que el pueblo chileno les otorgó tras regresar al país, ¿Alguien podría poner en duda que los hombres también lloran por la sencilla razón de que son personas y, como tales, tienen sentimientos y emociones?

La acción de llorar forma parte de las emociones humanas en forma transversal y se manifiesta independiente de la condición de género, edad, estrato social u otros. En rigor son múltiples los estímulos que podrían gatillar esta acción, a saber, amor, injusticias, maltrato, menoscabo, el nacimiento de un hijo, la pérdida o enfermedad de algún ser querido, el triunfo, la derrota, un enlace o compromiso, la noticia de un ascenso o un despido injustificado, etc. La acción de llorar es parte intrínseca de la condición humana en una cuestión que va más allá de ser bueno o malo, porque simplemente es. De ahí que no deje de llamar la atención esa idea arcaica, retrógrada o sinsentido respecto del patrimonio sobre quienes pueden y tienen derecho a llorar, a emocionarse. Más aún en un país y sociedad que se aprecia de ser moderno, tolerante y progresista, donde temas tales como el aborto terapéutico, el acuerdo de vida en pareja o un conjunto de reformas se discuten de forma natural, pero no así la simpleza y honestidad del acto de llorar. 

Algunas voces, con escasez de centímetros de frente, osaron mofarse de ese llanto. Uno que se justifica en una historia ingrata, con capítulos desilusionantes y frustrantes, además de párrafos donde destacan una larga lista de “victorias morales”. Es cierto que Chile perdió y quedó eliminado del mundial. Pero también es verdad que el hambre de triunfo y gloria de nuestros seleccionados debiera ser el puntapié inicial para ese necesario cambio de mentalidad país que nos invite a pensar en grande, a alcanzar objetivos o metas que parecían inverosímiles y a sentir que, para quienes hemos nacido en esta larga y angosta faja de tierra, nada es imposible.