Un viaje en barco: Un ligero relato desde la Patagonia

Un viaje en barco: Un ligero relato desde la Patagonia

18 Marzo 2021
Hace dos días que voy en un viaje que dura 16 horas, desde una isla hacia otra isla. Y aún queda, mucho. Siempre he considerado que saber esperar es una de mis grandes cualidades. Cualidad que se ha visto puesta a prueba.
Carla Novak >
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Esperar es resignar de alguna forma. Esperar es no esperar.

Un temporal con 48 nudos de viento le obstaculiza a la nave su habitual tramo y horarios. Unx propone y el clima dispone. Luego de una reprogramación, una espera de 6 horas para que pudiera atracar en la isla donde esperábamos y otra espera de otras 6 horas esperando que el temporal afloje para atracar en el siguiente muelle, ya es de mañana y el viaje se hace ligero, los contratiempos se minimizan.

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La ruta marítima nos lleva a un paisaje de niebla. Esperar es no ver más allá, no ver lo que viene, o cuándo viene. No poder ver. Y mientras la niebla cubre la nave con una suavidad que quiere parecer de algodón, un tecito viene a reconfortarme. Una mujer al otro lado del salón no deja de repetir que trajo solo el bálsamo y no el champú, mientras se abre sola una de las puertas dejando entrar una brisa gélida que refresca el ambiente. Pienso en que esa mujer y su familia vienen en el barco durante más tiempo que yo, se embarcaron más al sur, y a pesar de la espera, mantienen un ánimo alegre y paciente. Esto debe ser costumbre para ellxs. Vienen con un perrito, al cual resguardan celosamente porque Corbata, el perro del barco, va a ladrarle de vez en cuando, como diciéndole al perrito que este es su barco.

Anoche pude dormir en dos tramos. Calculo que uno fue de tres horas y el otro de dos. Dormir estirada en una fila de asientos me dejó dolor de espalda y sueños extraños de lugares que no reconozco. Caigo en la cuenta de que pude dormir mientras el barco navegaba; cuando se detenía, solo me traía intranquilidad.

Nos dirigimos hacia un horizonte completamente blanco. Salgo a cubierta, el viento frío intenta acariciarme el rostro con una llovizna de inocente violencia. Inspiro con todas mis fuerzas como intentando llenar todo mi cuerpo con este aire austral, desconocido por mí hasta ahora. Entro. Por las ventanas laterales también se ve blanco, dando a ratos la sensación de que no estamos avanzando, de que no estamos yendo hacia ningún lugar.

(Esperar es esperar a que pase algo. ¿Y si no pasa nada?)

Nos acercamos a un estrechamiento en la ruta, por decirlo de alguna forma, y ahora pueden verse los cerros vestidos de una verde diversidad. Pueden verse ahora porque se nos acercan como cerrándonos el paso. Nos entregamos a las maniobras del capitán, quién pide permiso a los cerros para que nos dejen pasar. Aquí, en estos momentos, no se puede sentir más que tranquilidad. La calma del caminar del barco sobre el agua y sus millones de pequeñas olas, se me impregna en el espíritu. Espíritu que se reconoce navegante, de sal marina y brisa fría.

Entre cerro y cerro la nave se abre paso, el viento se robustece y de pronto lanza ráfagas cargadas de agua. Pero en el fondo del paisaje que tengo en frente hay un claro que intenta esperarnos pero algo más fuerte que su voluntad lo arrastra, descentrándolo de nuestra vía. Las películas malas no han dejado de desfilar en las 15 teles que tiene el barco. Inevitablemente vi algunas, una o dos enteras, otras intermitentemente, y un par mientras escuchaba música en mis auriculares, impidiendo el entendimiento del argumento de la película. De pronto se abre el cielo por unos momentos y aprovecho de salir a sentir el sol. El barco comienza a merecerse de un lado a otro, como acunando a una guagua. Justo en esos momentos se me ocurre orinar. Acrobacias. Luego se mece como en redondo y uno de los marinos batalla por cerrar la puerta que se abre sola.

Mientras el barco se mueve cada vez con más fuerza, atardece. El sol ya en retirada pinta sobre las nubes tonalidades doradas y plateadas, un cielo de opulencia. Los cuerpos luchan contra el mareo. Esto es como cuando unx está muy borrachx, así mismito se mueve todo. Soporto los embates del brusco movimiento de la marea con un orgullo que guardo para mí misma. Luego de un tiempo indeterminado de ser batidxs por el movimiento de las bruscas olas, poco a poco vuelve la calma y anochece.

Es momento de bajar.

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